LA ESPAÑA DE IDIOMAS PERFECTOS


¿He leído por ahí "España" e "idiomas" en la misma frase? No cuadra. Eso no existe. Los idiomas son para los alemanes, o para los franceses, o para cualquiera que no sea español. No cabe duda. ¿Para nosotros? Qué va. Nuestra península ha consolidado ya una frontera verbal indefinida, los habitantes no somos capaces de retener una lengua que no sea la propia, y de hacerlo, le ponemos un acentazo muy nuestro digno de ser recogido en algún manual.

¿Qué pasa si un español se conforma con saber decir "jelou" o "bon llur"?, total, nadie espera más de nosotros. Somos los del sur. Esos de las fiestas y el veranito acompañado de alcohol y tapas, ya sabéis, esos que viven en ese sitio con esas ciudades preciosas e históricas y esas playas tan bonitas que solo sirven como choza para guiris una temporada. Sí, sí. Los de la farra descontrolada y la cerveza con embudo. Eh, y orgullosos, que para qué querríamos otras cosas, ¡de todas formas no nos iban a tomar en serio!

Solo hay que pasearse por las calles de una ciudad extranjera para notar lo mucho que se nos desprecia, por lo menos en Europa. Pero espera, que es que además, nosotros tan chulos que somos, vamos y levantamos la voz al hablar por si todavía no nos tienen suficiente asco. Así somos, y "japis" con la "laif" y ya está. ¿Que molestamos en un restaurante de París? Pues mejor oye, cumpliendo con el deber. ¿Que un británico nos considera vulgares? Pues le presentamos a Belén Esteban, que viva España y olé.

Sin embargo - y parece mentira-  después no faltan las quejas de por qué nos va como nos va. Que si no somos solo fútbol o que si fuga de cerebros. Normal señores y señoras, normal que seamos la risa del continente, que no sabemos diferenciar las discotecas de las bibliotecas, que el agua es agua y el vodka, vodka. Y que no nos damos cuenta. Que somos más que que un alemán nos hable en español en Berlín. Que los idiomas no se nos resisten y que sabemos pensar mucho y bien, pero nos tira más el pronunciar mal por quedar bien y el no levantar la mano en clase por que no piensen que somos pedantes. Y digo yo:  ¿qué tal aplaudir al de enfrente y no reírnos de él? Así, igual, los cerebritos españoles prefieren quedarse.

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